viernes, 25 de noviembre de 2011

Relato: El desmayo

A Jesús le comprobaba el pulso un paramédico calvo. Otro con más pelo le paseaba la luz de una linterna por sus pupilas. Entre ellos hablaron y al tumbado en el suelo de gres le preocupó lo que comentaban sobre su posible arritmia. Se pusieron de acuerdo para llevárselo al hospital. Jesús era delgado y muy alto pero la fuerza de los paramédicos era suficiente para subirlo a la camilla portátil. Sus pies sobresalían por un extremo. La pareja agarró cada uno las asas de su lado y lo condujeron por el pasillo de la oficina hasta el ascensor.
El de la camilla abría levemente los ojos de tanto en tanto. Tras una larga espera se abrió la puerta del ascensor. Once pisos después volvieron a conducir la camilla hasta la ambulancia. Metieron la carga, portazo y encendieron el motor. El calvo iba en la parte trasera acompañándolo y el otro conducía. El tumbado no abrió los ojos durante el trayecto. Durante el viaje debatían sobre las extrañas circunstancias del desmayo. También de la final de la Champions de aquella noche. La sirena les iba abriendo paso por la ciudad.

Un cuarto de hora tardó en llegar al hospital. Allí le conectaron a varias máquinas. Una enfermera rellenita le probó la tensión, le conectó a una de esos aparatos que hacían “bip” cada segundo y le sacó una muestra de sangre. El paciente ya estaba despierto y se dejaba hacer lo que fuese necesario mansamente. Tenía tantos cables conectados como los de la parte trasera del ordenador de su oficina. Le dejaron solo durante un buen rato en aquella cama. Temía moverse y que algún cable se desenganchara. Se quedó mirando el electrocardiógrafo. Había aprendido su nombre gracias a la rellenita. Los bips sonaban casi cada dos segundos pero algo los aceleró. El jefe apareció en la habitación.
—¿Cómo estás, Jesús? —le preguntó acercándose a su lado.
          —Bien, supongo. No me han dicho nada aún, pero me siento bien.
         —Bueno, esperaba saber algo. Me gustaría que estuvieses en la reunión pero, claro… Supongo que me las tendré que apañar solo.
         —No sé qué me dirán pero yo creo que mañana estaré bien. ¿No se puede aplazar a mañana?
         —No puedo hacer eso. Vienen expresamente de Alemania para hablar con nosotros. Por eso no te podía dar la tarde libre para ver el partido. Es una reunión importante.
      —En la mesa del despacho tengo una carpeta con varios gráficos y documentos preparados. Los puede utilizar.
El jefe se quedó un rato callado, pensando como arreglárselas por si solo.
          —Oye, no te preocupes. Tú recupérate. Cuando te digan algo de cuando puedes salir de aquí me avisas. Descansa y ya nos veremos cuando puedas —dijo nervioso el visitante. Sin despedirse abrió la puerta y se marchó.

El paciente contó mentalmente hasta trescientos. Se fue sacando todos los cables del cuerpo, se desvistió de paciente y se vistió con sus ropas. Abrió un hilito la puerta y analizó el pasillo. Salió como si nada de su habitación y fue directo al ascensor. Dos pisos abajo buscó la salida de aquel laberintico hospital. Cuando por fin encontró la salida, vio afuera a su jefe esperando para conseguir un taxi. Jesús se metió en un quiosco. Mientras hacía que ojeaba revistas, vigilaba que su jefe se fuera. En cuanto un taxi lo alejó, dejó la revista en su sitio y salió del hospital. Esperó a otro taxi que lo llevó a casa.

De camino se encontró mil mensajes en su móvil de su desorganizado jefe. Apagó el móvil, pagó la carrera al taxista y se plantó frente a su portal. Subió corriendo por las escaleras hasta el séptimo piso, abrió la puerta y encendió la tele. El partido aún no había empezado. Cerró la puerta de casa, abrió una cerveza que recogió de la nevera y se sentó en el sofá frente al televisor. Se quitó los zapatos y se puso cómodo. El móvil le molestaba en el bolsillo, así que se lo sacó y lo lanzó a la otra punta de la habitación.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Relato: Diario terapéutico

17 octubre

Nunca me ha gustado escribir diarios pero él dijo que me ayudaría. Mi jefe me contó que el doctor Torres era un buen psiquiatra. Por eso acudí a su consulta. Después de nuestra primera sesión, lo encontré muy simpático y creo que nos llevaremos bien. Hoy, de momento, la casa está tranquila.

19 octubre

Ayer, por la noche, volví a escuchar la puerta del sótano chirriando. Aún no me atrevía a bajar. Oía fuera soplar al viento. Me tapé los oídos con la almohada hasta que me dormí. Notaba un sudor frio por la espalda. Esta mañana la comprobé y estaba cerrada como siempre. Mañana se lo comentaré al doctor.

20 octubre

Este doctor es bastante gracioso. Le conté lo de la puerta chirriante y me dijo que le pusiera aceite. En parte tiene razón porque esta casa está ya algo vieja. No me he preocupado de ella; eso lo hacía Marta. También le conté lo que me pasaba días atrás con las ventanas. Me dijo que buscara una explicación lógica a aquel fenómeno.

21 octubre

La puerta del sótano ya no chirría. Unté bien de aceite las bisagras y no tendría que asustarme más por las noches. Inspeccioné las ventanas del piso de arriba y encontré algo. Por lo visto que escuchara golpes por la noche era porque una de ellas no acababa de cerrar bien. Cuando venía una buena ráfaga de aire se quedaba abierta y se golpeaba contra la pared. Creo que en la ferretería encontraré un cierre como este. Lo cambiaré y no me molestara más.

24 octubre

Le conté al Dr. Torres que ya arreglé la puerta y lo de las ventanas, pero aún me costaba dormir. ¡Y va y me dice que soy un miedica! Me preguntó si creía en fantasmas y le dije que no. Me dijo que no había razón por asustarse por pequeños ruidos de la noche. Dijo que buscase como relajarme para dormir como es debido.

25 octubre

Hoy tampoco podía dormir. Estoy sentado junto a la ventana viendo pasar los pocos coches que pasan por la carretera que hay cerca de mi casa. Está algo nublado y no veo estrellas ni la luna. Hace algo de viento. Aún recuerdo aquel día que sopló tan fuerte que un árbol cayó en la carretera y la dejó obstruida.

27 octubre

¡Qué sesión más inútil! El doctor me ha pedido que le hablara de mis padres. Eran maravillosos y nunca tuve problemas con ellos. Se acerca el día de Todos los santos; tendré que ir a cambiarles las flores.

30 octubre

De nuevo escuché un chirrido en la planta baja. Esta vez me levanté y fui a comprobarlo. La puerta del sótano estaba perfectamente cerrada. La abrí y comprobé si chirriaba pero no. La cerré de nuevo. Pero al subir las escaleras sonó un chirrido. Entonces me di cuenta de su procedencia. Estaba balanceándose con suavidad y chirriando. El aire se colaba por las rendijas de la puerta de Mufi, el gato de mi mujer. Una pequeña puertecita por la que entraba y salía aquel maldito animal. Siempre me odió, no sé porqué. En cuanto vio que Marta no volvía, se marchó. Quizás se fue a buscarla. Desde entonces no lo he vuelto a ver.

No le podré explicar esto mañana al doctor porque hace puente, pero tampoco creo que sea muy importante.

1 noviembre

Hoy he aprovechado que tenía fiesta y he aceitado la puerta del gato. Estoy triste, no porque sea Todos los santos sino porque hace un mes del accidente de mi mujer. He ido al cementerio y le he puesto flores. También a mis padres. Estoy también triste porque todos me han abandonado, hasta el gato.

Esta noche, extrañamente, me he podido dormir sin problemas. Pero en la madrugada aporrearon la puerta. Me desperté, me puse un batín y zapatillas y bajé a abrir. Mientras bajaba no paraban de insistir con golpes más fuertes. Abrí la puerta y eran dos agentes de policía. Entonces me vino a la mente un momento exacto a este de hace un mes. Me despertaron en la madrugada dos agentes para avisarme que mi mujer había tenido un accidente. Se chocó contra un árbol que cayó en la carretera. Era noche cerrada y el tronco estaba tras una curva cerrada.

Los agentes me preguntaron si había visto a un chaval que se ve que escapó de un correccional. Se fue en bicicleta y, por lo visto cerca de mi casa, pasan muchas. Les dije la verdad, que no había visto nada. No entiendo cómo me despertaron a esas horas. Podrían haber venido al día siguiente. Los despedí y cerré la puerta.

Fue al ir a subir la escalera cuando otra vez escuché un chirrido. Ya no se me ocurría que más podía chirriar. En ese momento escuché además extraños ruidos que me condujeron hasta la cocina. Pensé en Mufi. Encendí la luz y allí había un perro cenando en mi cubo de basura restos de carne. Paró de comer y se me quedó mirando serio. Lo reconocí; era un perro abandonado que solía merodear mi casa. ¡¿Precisamente hoy me tengo que encontrar un chucho a oscuras?! Casi me da algo. Posiblemente se había estado colando estos días atrás y volviéndome loco con los chirridos. Decidió salir corriendo por mi lado, correteó por el pasillo y se coló sin despedirse por la gatera. Empujé una estantería para tapiar la puertecilla y que no me molestara el chucho.

Al correr el mueble vi un papel en el suelo. Encendí la luz y lo recogí. Era una foto que daba por perdida. Era de mi mujer y yo cuando vinimos a vivir a esta casa. Ella tenía la melena al viento. La estoy viendo ahora mientras escribo en mi habitación. Viéndola me ha entrado una gran duda. ¿Sera posible que a lo que tenga miedo sea al viento? El jueves se lo comentaré al doctor, a ver qué le parece.