sábado, 11 de febrero de 2012

Relato fantástico: Cables

Con prisas me duché. Había quedado con unos amigos para ver en el bar un partido de fútbol y ya llegaba tarde. Salí de la ducha medio empapado; apenas me sequé. Era necesaria una afeitada. Agarré la maquinilla eléctrica. Estiré el cordón enrollado del enchufe para conectarlo al aplique de corriente de la pared. Lastima que me resbaló y con mala suerte introduje el índice y anular en los agujeros eléctricos. ¡Qué chispazo! El agua que aún me envolvía multiplicó el efecto. Un dolor y temblor recorrió mi cuerpo. Perdí la razón. Estaba catapultado del cuarto de baño. Sentí una sensación extraña, como cuando sueñas que te caes y te despiertas. Volaba pero cayendo en una inmensa oscuridad. Entonces desperté.


No veía nada pero sabía que estaba despierto. Estaba acostado en una lona de tacto de plástico. En mi cabeza llevaba algo pesado y molesto. Lo palpé por fuera y parecía un armatoste metálico. Descubrí por dónde abrirlo tras analizarlo con mi tacto. Estiré de lo que parecían unas gafas de buceo negras. Me las saqué y vi un cielo granate entre unos barrotes en el techo. Me aflojé una correa que apretaba una especie de casco a la parte superior de la cabeza. Me lo quité y lo observé. Tenía unos extraños artilugios electrónicos y estaba conectado a un cable que conducía a una maquina con forma de pepino a un lateral de la hamaca donde estaba. Las gafas estaban también conectadas ahí, y muchísimos cables que venían de mi cabeza. Debajo del casco estaba calvo pero parecía tener una melena por la cantidad de agujas clavadas seguidas de los cables. Estiré con cuidado de una de ellas. Fui sacándola hasta que surgió un diminuto geiser rojo de donde estaba clavada. Pero no sentía dolor, sino más bien molestia. Arrancaba una a una las agujas mientras admiraba mi alrededor. Estaba desnudo en una celda de barrotes de unos dos por dos metros. Pegada a ellas conté unas veinte más con inquilinos cableados y tumbados sobre hamacas. Así es como supuse que me encontraba antes. Les grité pero igual estaban atendiendo al partido que me perdía.

Era de los pocos afortunados que disfrutaba de una pared y techo sin tapar por otra celda. Afuera solo había un gran desierto con pequeñas montañas. En sus laderas descansaban más celdas, apiladas como cajas. Yo me encontraba también en el lateral de una montañita de tierra rojiza. Desde allí buscaba a lo lejos alguna ciudad o población donde vivieran nuestros captores. No estaba seguro de que alguien residiera cerca. El clima era cálido, angustioso y molesto para vivir. Contemplaba unas extrañas vistas que no estaban destinadas a ser observadas.

Me fijé en la cerradura de la pared de la celda que daba afuera. Ni por dentro ni por fuera encontré un agujero para introducir una llave. Tenía más circuitos electrónicos, como los del casco y la maquina. Entonces lo tuve claro. Cogí los cables que pude, los pelé con lo que disponía y los unté por la cerradura. Si conseguía un cortocircuito era posible que se abriese, o eso al menos era lo que la televisión me enseñó. Supongo que aquello fue lo que me hizo despertar aquí. Metía los hilos de cobre por cualquier ranura que encontraba. Al final, debí tocar la tecla necesaria y la puerta se abrió. ¿Y entonces dónde huiría?

Paseé por la llanura polvorienta y rojiza. Podría ser Marte pero lo encontré imposible. Podía respirar pero el aire era espeso y seco. No llegué a ver ningún sol. Parecía estar anocheciendo o amaneciendo, aunque jamás adivinaría de donde procedía la luz. Di vueltas alrededor de las montañas cercanas pero no supe que hacer. Entonces de un grupo de celdas vi que surgía un grueso cable en el que se congregaban los demás conectores de cada celda. Se introducía después en el suelo. Fui allí y lo desenterré. De cada grupo de celdas salía este grueso cable. Todos estaban orientados en la misma dirección. “Allí debo buscar”, pensé. Entonces fui desenterrando cable, levantando polvo y buscando el origen de aquel extraño acertijo.

Me empecé a plantear mi existencia mientras me guiaba el cable subterráneo. Pensé si realmente existían mis padres, mis amigos... Deseaba ver un partido que igual no existía. Me encontré con una montaña mediana con una cueva a mi izquierda. Allí desembocaban el cable que seguía y el resto. Lo solté y me acerqué con prudencia a la obertura. Los cables alimentaban una maquina muy alta parecida a la de la celda. En una pantalla podía leer un porcentaje de progreso. Lo que entendí era que estaba casi al cien por cien de iniciar un mecanismo de apertura. En unos gráficos vi la cantidad de energía que le llegaba de cada celda. Una de ellas daba error y brillaba en rojo. A su derecha había una puerta cerrada de cristal. Tras ella se veía un foso y la pared de roca. Al poco rato, la maquina comenzó a pitar. Mediante mecanismos accionados por vapor, la puerta se abrió. Nada más ocurrió. Me asomé al barranco. Allí pude ver al fondo una enorme cabeza que se giraba y dos ojos brillantes me miraban en la oscuridad. Una ronca voz parecía toser. Otro temblor me sobrecogió. Salí rápido de allí.

Huí de la cueva. El temblor lo sentía debajo de mis pies. Paré y miré atrás. Dos brazos negros ensanchaban la boca de la caverna desgajando la roca como si fuese mantequilla. Un ser oscuro, fabricado de cables negros y artilugios metálicos, se puso en pie en el desierto. Le costó salir por aquella entrada por la que yo cabía de sobras. Era como diez veces yo. Me vio. Se quedó mirando mientras yo no supe cómo reaccionar. Sus pies me recordaban enormes maquinillas de afeitar. Dio un enorme paso seguido de otro. Su mala cara me desagradaba. Salí corriendo de nuevo. Lanzó un extraño pero espantoso bramido. Me daba alcance con sus largas piernas. El suelo temblaba con cada uno de sus pasos. Fui detrás de una montaña. Él me sorprendió subiendo por ella en vez de rodearla. Me escondí detrás de unas celdas con sus reclusos durmientes en el interior. Esta vez si que las rodeó. Por un momento me perdió de vista. Aproveché y corrí por el otro lado. Él me vio. Era muy listo y difícil de engañar. Tras una colina a la que me dirigía apareció justo enfrente de mí. Alargó su largo brazo y su mano cableada me agarró. Me elevó hasta su cara, donde me inspeccionó detenidamente. Hacía fuerza para librarme de su puño pero era inútil. Entonces él abrió la mano. Caí sobre su palma de plástico. Vi su enorme cara a un par de metros. Me quedé quieto contemplándolo. Abrió su boca y una larga lengua negra y fina saltó de dentro. Se enrolló a mi alrededor. Me opuse lo que pude pero se ramificaba en varios cables más finos y estos se ramificaban aún más. Agarraban mi mano izquierda, mi pie derecho y mi cabeza. Cuando me libraba de una atadura, aprovechaba para agarrarme de otro lado. Por más que intenté zafarme, acabé embalsamado como una momia entre cables negros. No podía oír ni ver nada; solo oscuridad.

Más tarde desperté en el suelo de mi cuarto de baño. Un cable negro rodeaba mi cuello. Lo aparté enseguida. Era el de la maquinilla, que estaba por el suelo. Me incorporé. Me dolía toda la espalda y el cuello. Aún llevaba la toalla atada a la cintura. No entendía que había ocurrido. Era muy real. Miré el enchufe dispuesto a comprobarlo. Preferí ir a ver el partido y luego ya vería qué hacer.